domingo, 10 de enero de 2016

Primer capítulo

El cartero del mar

Capítulo —1

Con mis amigas había hablado de casas abandonadas en las que se escuchaban voces siniestras, de lo terrorífica que resultaba la película “El exorcista” o de la posibilidad de que existiera el túnel después de la muerte. Lo que nunca había hecho era visitar a una médium, ni a una espiritista, ni había ido a que me leyeran el Tarot, ni siquiera la mano. Tampoco me habían ofrecido escribir un libro basado en vivencias del más allá. Nunca hasta hoy.
Mi hermana estaba al volante, no había puesto música pero tarareaba una canción.
—Para de una vez. Me estás agujereando la cabeza.
Encendió la radio y siguió cantando. La di por perdida e intenté pensar más alto. Era consciente de que mi experiencia como escritora se reducía a unos cuantos relatos, una novela sin publicar y otra en sus comienzos. Pero eso no me hizo decaer, al contrario, me apasionó la idea de meterme en la vida de otra persona tan diferente a la mía. El desafío me atraía tanto como el cúmulo de acontecimientos que me llevaron a conocer a mi protagonista, que empezó cuando mi hermana oyó hablar de las flores de Bach en la calle. Ella, que buscaba incesantemente la armonía entre el cuerpo y alma, no podía dejar escapar la oportunidad de preguntar y... Así llegó a Stella.
Volví a perder mis pensamientos cuando mi hermana se metió en una calle estrecha.
—Nos estamos acercando.
Empecé a sentir un hormigueo en la barriga. Dejamos atrás la señalización de una iglesia, pasamos por un barrio de casas blancas, dobló una esquina y paró frente a una de ellas. La puerta estaba forjada en hierro, en medio había un picaporte en forma de mano. Mi hermana no alcanzó a llamar porque una mujer de pelo negro azabache y ojos penetrantes nos saludó eufórica al abrir la puerta. Abrazó a mi hermana, me miró sonriente y me abrazó también.
—Me alegra conocerte —dijo cuando se separó y se volvió hacia mi hermana para hablar. Yo calculé que tendría unos 50 años.
Las seguí mientras atravesamos un patio. Estaba tan sorprendida por la energía que irradiaba aquella mujer que ni siquiera escuche de qué hablaban. Cuando entramos en la casa, un mar de fotos nos observaron como pequeños espías desde el aparador. No quise fisgonear demasiado y me limité a seguirlas hasta el comedor. En el centro de la mesa se levantaba la foto en blanco y negro de un hombre. Me quedé mirándole y Stella me confirmó que era su padre. Era un señor apuesto, con un porte elegante, que me recordó a una estrella de cine de otra época. La vela encendida frente a su foto le iluminaba sin violar su semblante. A su alrededor había piedras, en su mayoría grises. Me quedé mirando una de ellas, su forma de corazón me llamó la atención.
—Son mensajes de amor que me mandan del otro mundo. Todas tienen forma de corazón —me contestó Stella sin esperar la pregunta.
Todo era demasiado extraño. Me alegré de que mi hermana me hubiera acompañado. Nos sentamos alrededor de la mesa. Me estaba preguntando a mí misma qué hacía ahí cuando sonó el timbre. Una mujer rubia de rasgos ingleses entró.
—Es Patricia, la médium —nos presentó Stella.
Intenté buscar su lado místico, pero solo vi una mujer de edad media que transmitía calma. Stella le pidió que eligiera dónde sentarse y lo hizo al lado de mi hermana, frente a mí.
Decidí ser práctica y saqué la grabadora.
No es el momento me paró Stella con la mano. Miró la foto en blanco y negro Aquí está él, con nosotras —dejó la frase en el aire, como si el comentario hubiese sido ‘qué calor hace hoy’ o ‘ya es miércoles’.
Intenté no sugestionarme.
—El encuentro con el espíritu de tu padre tuvo que ser muy emocionante —indagué.
—Fue mucho más que un encuentro —sus ojos brillaban—. La vida nos trasmite mensajes continuamente, y también los muertos —Patricia la sonrió—. La casualidad no existe.
Miré la foto, que me imponía todo lo que un muerto puede imponer cuando se habla de él.
Escuché a Stella con atención, sin tratar de preguntarme si lo que decía tenía algún sentido para mí. Un ruido de roce constante me hizo volverme hacia mi hermana, sus manos se movían nerviosas como si las estuviera lavando.
—Creo que siento algo. Tengo escalofríos —dijo abrazándose—. ¿Hay alguien más? —preguntó mirando de un lado a otro.
—Estamos rodeados de almas —respondió la médium, con un agudo acento inglés, mirando pausadamente la habitación. Y yo me fijé en la llama de la vela que seguía encendida, pero no sentí nada.
Stella le puso una mano en el hombro a mi hermana, supongo que para transmitirle tranquilidad, y siguió hablando de las almas. Yo me limitaba a oírla sin entender demasiado. De vez en cuando miraba de reojo la habitación y movía la cabeza afirmando.
—En la parte de atrás de la cabeza está la puerta al mundo de las almas —continuó Stella.
Mi hermana seguía intentando con sus brazos apagar su frío interno. El brillo en sus ojos mostraba excitación.
—Una prueba —dijo de repente—. ¿Podéis darle una prueba de que los espíritus existen?
Stella miró a la médium y esta afirmó con la cabeza. Se levantaron y cerraron los ojos. Yo seguí pegada a la silla pensando que mi hermana se había vuelto loca. Mi propia respiración parecía contener todo el ruido de la habitación. Me dio la impresión de que la luz de la estancia se volvía más tenue. Entonces, Stella alzó la voz pidiendo a los muertos que se manifestaran. Moví la mirada nerviosa entre ellas dos esperando a que abrieran los ojos. Después me fijé en mi hermana. Me extrañó que siguiera sentada, y que su cuerpo hubiera encontrado la calma mientras sus ojos se transformaban en dos bolas de fuego sedientas de leña. Seguí observando el entorno con un poco de miedo y de estupidez. Acabaron los segundos sin que se moviera el candelabro o se apagara la vela o se cayera el cuadro. Stella y Patricia abrieron los ojos y yo me sentí aliviada de que no hubiese sucedido nada. Aunque no creía del todo en estas cosas, siempre había sentido respeto por los muertos. Fue en ese momento cuando la médium me habló en inglés y Stella me lo tradujo.
—Coge una libreta y un lápiz, apunta todos los colores y las figuras que aparezcan en el sueño sin levantarte de la cama. Bebe un vaso de agua antes de dormir y no bebas alcohol, así el camino a la canalización estará libre de obstáculos para que los espíritus se comuniquen contigo en sueños.
Asentí con la cabeza como un autómata.
—Por hoy ha sido suficiente —anunció Stella dando por finalizada la visita y dejándome con la sensación del niño al que le quitan una golosina.
Cuando me levanté de la silla volvieron a surgir las dudas, y que se me atragantaron en la garganta, hasta el mismo instante en que Stella empezó a cerrar la puerta al despedirnos.
—¿Por qué yo? Ni siquiera sé si creo en los espíritus.
Stella me sonrió cómo si fuese portadora de un secreto, y simplemente se limitó a decir con voz maternal: ‘tenías que ser tú’.
Nos fuimos y una mezcla de curiosidad y desconcierto vino conmigo.


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