sábado, 9 de enero de 2016

Segundo capítulo

 El cartero del mar
Capítulo —2

Hacía unas horas que había vuelto de la casa de Stella. Mi hija estaba dormida y mi marido se deleitaba con una copa de coñac frente al televisor; al lado había otra, para mi. En los momentos difíciles de la semana sueño con esos ratitos de placer. Sentada junto a él, dejándome mimar por una caricia en el pelo o una palabra cariñosa. Disfrutando de un buen licor y una película. En ese instante me sentí enfadada, no concebía un viernes sin cualquiera de esas cosas. Decidí no violar mi rutina y me senté muy pegada a él, más que de costumbre. Cogí la copa con firmeza y con cada sorbo me invadió una mezcla de superación y decepción mientras las palabras de la médium se repetían en mi cabeza ‘No bebas alcohol’.
Cuando subimos al cuarto tuve que esquivar varias veces los brazos de Rubén para meter la libreta y el lápiz que tenía en el bolso dentro de la mesita de noche. Estaba acostumbrado a mi desorden, a la aglomeración de libros y periódicos dentro y fuera de los cajones. No me preguntó nada acerca de la libreta y tampoco le di tiempo a hacerlo. Cerré el cajón con el pie y dejé que me atrapara. Después de hacer el amor quedamos exhaustos, yo me apoyé en su pecho, pero esta vez no conseguí conciliar el sueño. Di vueltas por la cama sin lograr encontrar una posición cómoda y después de media hora de insomnio, me empezó a escocer la cabeza por arriba y por detrás, solo por la parte izquierda. Recordé las palabras de Stella a las que en un principio no di importancia: ‘En la parte de atrás de la cabeza está la puerta al mundo de las almas’.
Por fin el cansancio venció y conseguí dormirme. No sé cuánto tiempo pasó antes de despertar impresionada por una visión de un calcetín largo y blanco, tan blanco que parecía luz, por delante un cordón azul lo cruzaba como si se tratase de los cordones de una bota. Intenté perpetuar esa visión volviendo a imaginármela. Saqué el cuaderno del cajón e iluminándome con la luz del despertador empecé a escribir. Cuando terminé lo guardé debajo de la almohada.
Otra vez se me hacía imposible conciliar el sueño. Cuando ya tenía decidido levantarme de la cama, empecé a tener visiones que aparecían y desaparecían con la velocidad de un flash. Me quedé inmóvil, con los ojos cerrados, intentando inmortalizar cada una de ellas. Recordé la hermosura de una rosa de pétalos de color y profundidad de un iceberg, de un celeste infinito que ni por un instante me parecieron fríos; vi una carretera blanca y un lazo azul que la recorría; una piedra gris como las que Stella tenía en la mesa; un rombo verde con un ojo rojo en el centro. Mientras tanto, el escozor de la cabeza seguía y seguía, y empezó a ser casi insoportable. Lo único que quería en ese momento era dormir. No sé cuál fue la última visión que tuve antes de conseguirlo cuando desperté de nuevo sobresaltada, con la imagen de un gallo negro que abría su pico rojo amenazándome. Recuerdo que aun con los ojos abiertos seguí sintiendo esa amenaza. Me toqué la frente; estaba sudando. Al otro lado de la cama todo estaba calmado. Tuve la tentación de despertarlo, pero no lo hice. Me fijé cómo su pecho subía y bajaba y, sin darme cuenta, mi respiración siguió su ritmo hasta tranquilizarme. Lo abracé y me quedé dormida.
Por la mañana intenté leer la libreta y me sorprendí al descubrir que mencionaba una espada que no recordaba. Algunas palabras aparecían encima de otras, haciéndose mudas, y los trazos de unos dibujos adornaban ese baile de letras, algunas legibles. Ese día hablé con mi hermana y me comentó acerca de la música que sonó durante las dos horas que estuvimos en casa de Stella. Me sorprendió mucho porque yo no la había escuchado.

A medida que avanzaba la semana iban disminuyendo las visiones por las noches y creciendo mis deseos de volver a casa de Stella, la mujer de la que no recordaba el color de sus ojos, y aun así seguía percibiendo su mirada ondeando dentro de mí. Me sentía impaciente por fijarme en los adornos de su casa, por descubrir el misterio que envolvía sus paredes, su mirada. Me fascinaba el poder de sugestión de la mente, capaz de transformar las palabras de la médium en sueños. Ni por un momento pensaba que podían ser mensajes de los muertos, pero el conocer su significado me producía una increíble sensación de vértigo. Tuve la impresión de estar viviendo mi propia novela. Sin querer, había entrado en el juego.

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